El compromiso del sector con el planeta es inaplazable
David Martínez, Director de sostenibilidad del Institut Cerdà
El medio natural constituye una fuente de recursos que el ser humano siempre ha utilizado para su beneficio y bienestar; una riqueza que también hemos explotado como materia prima para obtener productos elaborados, a través de procesos industriales o artesanales. Como consecuencia no deseada, la naturaleza se ha convertido en un sumidero que intenta paliar los impactos negativos de nuestra actividad.
En este contexto, la cadena de Gran Consumo ha tenido una importante participación, ya sea directamente o a través de los productos y servicios que comercializa. Por ello, en la actualidad, el sector debe abordar dos grandes retos ambientales que ponen en riesgo el modelo comercial tradicional o, al menos, que implican su rediseño: el cambio climático y la escasez de recursos.
En un momento en el que es urgente tomar decisiones que permitan dar una respuesta integral a la emergencia climática y ambiental, las distintas Administraciones están trabajando para regular las actividades de los actores públicos y privados en este sentido. Por ejemplo, la Unión Europea ha convertido la lucha contra el cambio climático en su bandera identitaria y se ha comprometido en la Ley Europea del Clima, aprobada en 2021, en ser el primer continente del planeta en alcanzar la neutralidad climática en 2050, además de revisar al alza sus objetivos de reducción de emisión de gases de efecto invernadero hasta al menos un 55% para 2030 con respecto a niveles de 1990.
A nivel nacional, España cuenta desde mayo de 2021 con su primera Ley de Cambio Climático y Transición Energética, para hacer frente a las causas y consecuencias del calentamiento global de la atmósfera, y con la Estrategia de Descarbonización a Largo Plazo, que marca la senda para alcanzar la neutralidad climática a 2050; ambas acciones responden a los compromisos de España como Estado miembro de la Unión Europea y con el Acuerdo de París.
Por otra parte, la Declaración de Glasgow sobre Alimentación y Clima, firmada por más de cincuenta autoridades locales y regionales de todo el mundo y que buscaba incidir en los acuerdos que se tomaran posteriormente en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, COP26, representa también un impulso. En el documento los firmantes se comprometieron a desarrollar políticas de alimentación sostenible, promover mecanismos de acción conjunta y solicitar a los Gobiernos nacionales que sitúen a la alimentación y a la agricultura en el centro de la respuesta global a la emergencia climática.
Finalmente, en la COP26, a pesar de que los líderes políticos mundiales no consiguieron acordar una hoja de ruta definitiva para frenar el avance de la crisis climática, sí que hubo un reconocimiento de que lo hecho hasta ahora no es suficiente y un compromiso de políticas futuras más ambiciosas.
Una vez alcanzado un consenso generalizado a escala global y gubernamental, las empresas, conscientes de su papel principal hacia un modelo económico más sostenible, deben utilizar sus recursos y capacidad de innovación para responder ante los desafíos a los que nos enfrentamos como sociedad. Además, en el caso de la cadena de Gran Consumo, es uno de los sectores económicos que más pueden contribuir en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas —Producción y Consumo Responsables, Acción por el Clima, Ciudades y Comunidades Sostenibles, y Alianzas para Lograr los Objetivos—.
Por ello, el compromiso del sector con el planeta es inaplazable. Se requiere desarrollar prácticas en todos los eslabones de la cadena para reducir el impacto de su actividad en el cambio climático, paliar el desperdicio alimentario e ir más allá del cumplimiento de la normativa ambiental.
La distribución del gran consumo lleva años trabajando en este ámbito, incluso antes del Pacto Verde Europeo, y muchos agentes ya han incluido la sostenibilidad en sus planes estratégicos, conscientes, además, de las exigencias del nuevo modelo de consumidor hacia productos de calidad, pero a la vez respetuosos con el medioambiente. Por ello, entre otras acciones, se están impulsando mejoras en la reducción de emisiones en los procesos logísticos, en el uso de energías renovables durante la fase de producción o en la eficiencia energética.
En lo que respecta a las materias primas, vivimos una realidad en la que cada vez es más evidente su escasez o, al menos, el control de estas por un número reducido de economías nacionales históricamente dedicadas a su producción para todo el mercado mundial, lo que dificulta su acceso y condiciona los precios. Estas circunstancias son las que están detrás de la actual crisis global de suministro que estamos padeciendo, solo una señal de los problemas de abastecimiento de un futuro no muy lejano.
Teniendo en cuenta que el mejor residuo es el que no se genera, la economía circular es la gran baza para aprovechar al máximo los recursos existentes, aumentar la eficiencia de los procesos productivos y evitar las economías lineales, que actúan como si los recursos fueran ilimitados.
En este caso, el Gran Consumo se posiciona como un actor con una notable incidencia en el flujo de la materia orgánica y el plástico; una realidad que además de generar pérdidas y despilfarros, el nuevo consumidor penaliza en sus compras: estamos desperdiciando recursos cuando hay escasez de materias primas
En la actualidad, se está llevando a cabo iniciativas en el modo de diseñar, fabricar, consumir, usar y reciclar en toda la cadena de valor; se está haciendo un gran esfuerzo por potenciar la circularidad, apostando por incrementar la eficiencia de sus procesos, valorizar al máximo sus subproductos y ofrecer al consumidor materiales reciclables, reciclados y compostables. Los productos deben producirse para utilizarse mucho más tiempo y ser recuperados al final de su vida útil, y para ello, las empresas cuentan con la innovación y la digitalización como dos pilares esenciales para conseguir producir más con menos recursos.
Nadie niega que el contexto es complejo, pero en un mundo que crece y en el que cada día aumenta la demanda de bienes y servicios, es indispensable el uso racional de los recursos escasos de los que disponemos como las materias primas. Esto explica que uno de los principales retos para la cadena de Gran Consumo sea compatibilizar sus necesidades de crecimiento y rentabilidad económica con la protección del planeta. Un esfuerzo que hará al sector más resiliente y preparado para responder a estos retos, pero también a otros que puedan venir en el futuro. La clave para que esto funcione seguramente será que estas prácticas se vean reflejadas en la cuenta de resultados de las empresas, algo que comienza a vislumbrase. Ya se empieza a comprobar que la sostenibilidad es rentable, que puede convertirse en una ventaja competitiva y que ya no es una opción sino una necesidad.